El Cruce de Los Andes me devolvió la oportunidad de vivenciar algo nuevo. A pesar de correr hace ya 25 años y tener muchos km en mis piernas, los realizados entre montañas fueron sin duda los km más difíciles que he transitado. Contagiado por un gran amigo como lo es Pablo, y empujado por Soledad a competirla, tome la decisión de ir y descubrir porque esta carrera es el objetivo de tantos atletas, que año tras año hacen el esfuerzo por querer volver.
El encontrarnos viviendo en países diferentes no nos impidió sentirnos cerca desde el primer momento, en que tomamos la decisión de ir juntos con Pablo. Fue en el mes de noviembre cuando confirmamos nuestra participación y el inicio de la búsqueda de sponsor. Pero solo en diciembre que los entrenamientos comenzaron a sumar km después de un merecido descanso posterior al Ironman de Cozumel en el cual habíamos participados los dos.
En mi caso una lesión, una facitis plantar en el pie izquierdo no me dejaba entrenar como quería, pero el entusiasmo trasmitido por Pablo me daba esperanzas todo los días.
Con pocas semanas previas a la competencia nuestro viaje estaba programado, incluyendo el día en que nos encontraríamos en Junín de Los Andes, para ya sentirnos realmente como un equipo. Fue a partir de ese momento que todo paso a ser pensado de a dos, desde horarios y actividades previas, hasta conversaciones sobre estrategias a ser utilizadas, análisis del circuito y de nuestros adversarios.
El día previo a la largada tuvimos lo que sería una de las tantas charlas sobre la competencia. Sentados en el jardín del Hostel, con café de por medio, Pablo saco de la mochila los mapas con distancias y altimetrías de cada etapa. Me sorprendí, no sabía que los tenía. Y me dio la pauta de que no estábamos para jugar en la montaña, percibí que en su mirada había algo más que el simple hecho de competir. Transmitía verdaderamente un gran deseo por ganar. Contagiándome su fuerza a cada día más. Y entendiendo que no por ser mi debut en la competencia, en algo nuevo, me permitira hacerlo simplemente con entusiasmo. Debería tener la misma concentración que él.
La primera etapa se caracterizaba por ser algo así como de contra reloj. Al tener la largada de la competencia abierta para que cada equipo inicie su recorrido cuando quisiera, dentro de un tiempo estipulado por la organización. Nos ponía en una situación de sin referencia para con los otros equipos. Así entonces era salir y correr fuerte para realizar el mejor tiempo posible y al finalizar todos los equipos ver cómo nos encontraríamos en la clasificación final de la etapa. Debo decirles que por varios momentos me pregunte si sería posible corres dos días más considerando el fuerte ritmo que llevamos. Mi punto débil fueron las bajadas. Donde Pablo desplegaba toda su técnica y me llevaba realmente a una velocidad donde no me permitía ver con claridad a donde poner el pie. Rocas, raíces, arena volcánica, riachos, nada parecía ser un obstáculo para un Pablo que se alimentaba de ellos. Los mismos obstáculos que a mí me desgastaban cada vez más. Y la facitis que se hacía notar en cada impacto en las bajadas. Y un Pablo que sabiendo de la situación me cuidaba más que a él mismo. Diría que esta etapa fue realizada con gran armonía entre los dos, comunicándonos durante todo momento, trasmitiéndonos sensaciones propias para hacerlas partes del otro, y así como un gran engranaje funcionar a la perfección lubrificado por nuestro entendimiento de uno sobre el otro. Finalizar la etapa con 25 minutos de diferencia sobre el segundo mejor equipo sorprendió a muchos, diría a todos, incluso a la organización llevándolos a pensar que muchos podrían haberse perdido. Y sorprendidos también nosotros ya que el esfuerzo fue grande, pero sin pensar que daría al final un gran alivio para la clasificación general del Cruce.
Como un ritual de tardecita hicimos un nuevo análisis de lo sucedido, y de lo que tendríamos por delante en la segunda etapa. Circuito, altimetría, alimentación, hidratación. Y acá tenemos un punto a destacar. En ninguna de las tres etapas usamos el camelback. Sí la mochila reglamentaria con su elemento obligatorios, que ya pesaba lo suficiente. Pero una de nuestras estrategias fue tener fuertemente identificado los km donde tendríamos agua, ya sea en ríos, lagunas o algún puesto de hidratación propio de la organización. Y así evitar cargar más kilogramos de los necesarios. Llevamos una botella de 500ml cada uno, suficiente para realizar varios km hidratándonos bien y sin arriesgar a una deshidratación que pusiera en riesgo las siguientes etapas.
En la segunda etapa decidimos marcar a nuestros principales adversarios, el Team Cariocas Runners. Largamos entonces juntos a ellos, esperando alguna reacción para abrirnos y así descontarnos algunos minutos. Con pocos km nos encontramos en una gran subida donde decidieron atacarnos. Solo nos defendimos aguantando su ritmo. Pero sin querer minutos después me encontraba subiendo por delante de ellos, y Pablo que se pegaba a mí. Y sin aumentar el ritmo los dos nos fuimos despegando, subiendo a cada paso con cierta soltura. Y porque no pensar que nuestra diferencia podría estar en los kg a menos que cargábamos en nuestras espaldas, ya que un camelback puede almacenar hasta 2litros y nosotros solo llevábamos 500ml. Si fue útil no lo sé, pero sí sé que a lo largo de los km cada gramo a menos que transportamos era un alivio para nuestras piernas.
Y aunque abríamos cada vez más minutos en este tipo de competencia no es seguridad de tener la carrera ganada. Ya en el km 17 teníamos una amplia ventaja, pero un descuido nos llevo a perder varios minutos. Unos 7 u 8 min. según lo que Pablo marco. Por instinto después de una bajada seguimos por un sendero sin ver una señal que nos sacaba del mismo en dirección contraria a la que fuimos. Luego de unos 500mts y al no ver más señales decidimos parar y observar el camino. Nada de ver señales. Pablo decidió regresar al último punto de marcación y así poder ver nuevamente las señales de circuito. Pero este no sería el peor momento nuestro. Ya transitando por el km 25 nuevamente una duda se instalaba entre nosotros. La falta de señalización nos detuvo sobre el camino con la pregunta de si estábamos en dirección correcta. Avanzamos un poco más, y nada de nuevas señales. Retrocedimos hasta la última. Miramos para un lado, para el otro. Nada de ver alguna cinta. Decidimos avanzar en direcciones contrarias buscando el camino. Pero nada de encontrarlo. Y qué hacemos? Era la pregunta que flotaba entre nosotros, sin una respuesta concreta de alguna de las dos partes. Fuimos y volvimos varias veces en varias direcciones avanzando hasta más de 1km, siendo que nunca se debe seguir si por más de 500mts no se encuentran las señales. Y los minutos corrían. Y nosotros parados en la duda. La experiencia decía que deberíamos esperar a los equipos que venían por detrás de nosotros y en todo caso si errábamos el camino, seria en conjunto. Y no en solitario, poniendo en riesgo no solo la etapa, estábamos con la posibilidad de no terminar El Cruce, perdidos en algún pueblito desconocido en medio de la montaña. Sentí en ese momento el verdadero reto de correr en equipo. Debíamos tomar una decisión. Con opiniones diferentes entre nosotros. Con el riesgo de alguien errar. Seguir o esperar. Sentía en Pablo una sensación de angustia por la situación. Tanto esfuerzo realizado en la etapa 1. Planificar, programar, calcular, etc., para finalizar perdidos en la etapa 2, incluso ya con muchos minutos de ventaja sumados a los del día anterior. Difícil situación atrapada por el silencio. Con miedo a errar, o tal vez con miedo a arriesgar. Finalmente la intuición fue más fuerte y decidimos avanzar. Sin mucha seguridad en los pasos que dábamos. Recorriendo un sendero rodeados de dudas. Y los km pasaban y nada de ver una única cinta. Creando un clima de desespero entre nosotros. Y yo que por dentro pensaba los que Pablo no dudaba en repetir: perdemos El Cruce ¡!! No dudo en decir hoy, que ese momento de angustia escondida tras los ojos brillosos de Pablo, me llevaron a entender que la responsabilidad de ser parte de un equipo no reside solamente en llevar colgado el mismo número. Y si en la de sentirse unidos en cada paso que dimos, desde el momento en que decidimos ir, y hasta el día en que nos despedimos luego de pasar juntos 6 días triunfantes. Y volviendo a la etapa crítica, después de 4 a 5km de recorrido, volvimos a respirar aires de alegría al encontrar nuevamente señales en el camino. Fue la etapa más larga, no solo en km, también por los 35 a 40min. de tiempo perdido. Y a pesar de eso abrimos 6min. más sobre nuestro más cercano equipo perseguidor.
Ese día de tarde estuvo marcado por el cansancio y por la sensación de vacío que nos dejo el gran esfuerzo dado sin un tiempo final acorde, motivo del tiempo perdido. Pero no por eso dejamos de sentir la responsabilidad de actuar con profesionalismo, y nuevamente hicimos la rutina de análisis y estrategia a ser utilizada en la etapa 3.
Como todos los días nuestra alarma tocaba a las 5am. Sin levantarnos, solo estiraba el brazo y sacaba el tapón del colchón inflable. En pocos segundos nuestras espaldas sentían el des conforto del suelo. Era mejor levantarse que seguir acostados sobre un piso desparejo de un camping improvisado por la organización. Rápidamente nos vestíamos de corredor. Y partíamos rumbo a desayunar. Con todo preparado para dejar el camping y subirnos a los ómnibus que nos trasladaban a la línea de largada. Siempre estuvimos entre los primeros equipos en salir. Facilitándonos eso encontrar un sendero limpio de otros atletas, sin tener que sobrepasar a nadie, incluso porque por momentos el sendero lo asía uno abriendo caminos entre ramas y piedras.
Esta tercera etapa seria la más fácil si consideramos el circuito, pero la más dura si tenemos en cuenta que ya llevábamos algo así como 70km de masacrar las piernas. Y mi compañero incansable queriendo ganar la etapa. Y por mi lado queriendo ser más conservador. Fue así que al dar inicio del tercer día me encontraba corriendo a mi compañero a unos 40mts atrás intentando alcanzarlo. Y a cada metro que recuperaba el aumentaba el ritmo. Fueron casi 3km de caminos rurales a un ritmo cercano a los 3’15” por km. Y yo que me preguntaba, que le pasa a este pibe (por Pablo), no se entero todavía que venimos corriendo fuerte hace dos días ¡!! Hasta que finalmente pude alcanzarlo en el inicio de un nuevo sendero. Entrados ya en un bosque zigzagueante. Y pidiéndole por favor que me deje cambiar el aire, acomodarme, ya que no estaba en mis planes querer escaparme de no sé quien ¡!! Sinceramente a esa altura del partido yo ya pedía un tiempo, o era lo que quería. Muy inteligente mi compañero se mantuvo siempre adelante, no pocos metros, varios. Los suficientes para que yo no pueda chamullarlo. Ni siquiera me permitía aflojar mucho el ritmo, ya que si lo hacía lo perdería de vista entre arboles y piedras. Incluso en lo más alto donde la montaña te deja ver trabajo más como un señuelo, una liebre a la cual yo debía correr. Fueron varios km recorridos dentro de un gran agotamiento. Motivado por un amigo que siempre me empujo, desde adelante, diría mejor que me tironeo. Y aunque no pudimos ganar esa etapa, ambos sentimos que dimos lo mejor.
El Cruce no se gana en un día. Tampoco con una buena etapa. Aunque sabemos que nuestro gran golpe fue el primer día, aquel que dimos todo sin pensar en las consecuencia, sin pensar en los días siguientes. El Cruce es una carrera de más de tres etapas. Es una carrera donde el viaje, la alimentación, el descanso entre etapas, y sobre todo la relación entre los integrantes de cada equipo hacen al perfecto funcionamiento de dos piezas que se unen con un fin en común; ganar en nuestro caso.
A cada día que pasa agradezco más y más la compañía y el compartir en conjunto de unos de los tantos amigos que el deporte me dio. Amigo desde hace más de 15 años, que a pesar de la distancia que nos separa, no nos hemos distanciado, por el contrario, nos mantiene unidos permitiéndonos compartir vivencia inolvidables. Gracias Pablo por la oportunidad de volver a encontrarnos. Y que se venga el Cruce 2014 ¡!!!!